La meditación del contemplar el cielo

Búscate un lugar cómodo afuera, preferiblemente con vistas. Cierra los ojos. Realiza una serie de inspiraciones y relájate. Descansa de manera natural sintiéndote en paz en tu cuerpo.
Deja que toda experiencia sensorial se desvanezca, como nubes en un inmenso y diáfano cielo. Quédate en calma. Todo es, aquí mismo. Relájate y sé. No hay nada que hacer, nada que descubrir, nada que lograr o comprender. Sólo sé presente. En tu hogar, en paz. Deja que tu aliento entre y salga a su ritmo. Deja que el cuerpo y la mente se acomoden en su sitio de modo natural, a su tiempo.
Ahora, lentamente abre los ojos y elévalos hacia el cielo. Contempla sosegadamente, con mirada tranquila, el cielo infinito. El espacio, al igual que la mente, no tiene ni principio ni final, ni interior ni exterior, ni verdadera forma, ni color, ni tamaño, ni apariencia. Abandónate y relaja la mente. Déjala disolverse en esta infinita, vacía y vasta consciencia.
Deja que los pensamientos, sentimientos y sensaciones vengan y vayan con total libertad, desechándolo todo en esa mente inmensa como el cielo. Abandónate. Sé. En paz. Simplemente. En la vasta, vacía y perfecta vacuidad del cielo. Ésta es la prístina consciencia, la innata Gran perfección.
Lama Surya Das
Me senté en silencio en la capillita y me di cuenta de que la impresionante solidez de aquellos enormes pilares de piedra era una ilusión. Como mi cuerpo y el de mi amigo, no eran más que vibrantes columnas de átomos, totalmente insustanciales. Parecían estar vibrando con una incesante manifestación de poder, como la cuerda del instrumento musical que sigue vibrando en el aire mucho tiempo después de que el intérprete se haya detenido. Su solidez era una completa ficción. El universo entero era una ilusión.
No hay más que pura energía, no hay nada más que Dios.
Relato del Reru