Y yo fui el tiempo

























En un clásico koan se te pide que describas tu rostro original, el que tenías antes de nacer. Nunca he estado tan cerca de poder responder a esa pregunta como en el año en que murió mi madre.
Tenía cáncer y tuvo que guardar cama durante un breve período. En los últimos tres o cuatro días de su vida, su apariencia física empezó a cambiar de manera ostensible. Perdió peso rápidamente y su piel comenzó a estirarse y sus arrugas, a desaparecer. En realidad, empezó a transformarse en alguien de apariencia muy relajada y realmente joven. Comenzó a parecerse enormemente a las fotos que yo había visto de ella, a la de las fotos que habían sido tomadas cuando tenía unos 20 años. Parecía una joven de pelo encanecido, como por capricho. Un inquieto eco de los tiempos felices.
Mientras la miraba me sentí engullido en una especie de enorme regalo. Era como si se me hubiera concedido la oportunidad de ver a mi madre tal y como era antes de nacer yo. El tiempo parecía haberse detenido. Y el tiempo se convirtió en algo excepcionalmente real para mí debido únicamente a que había dejado de transcurrir. La mujer que tenía ante mí era el tiempo. Y yo era el tiempo. Y la habitación era el tiempo.
Gary Thorp