Dentro del patio de un castillo, sin puertas ni ventanas, con altos muros, había dos caballos encerrados. Cada cual pateó una muralla distinta tratando de derribarla para escapar. Uno de ellos se cansó. “Los muros son muy espesos. Nunca podré echarlos abajo. Mejor me tiendo en el suelo a dormir”. Así lo hizo… El otro caballo siguió pateando. Durante mucho tiempo no logró nada. Pero un día, cuando menos se lo esperaba, el muro cayó y él pudo ver un hermoso paisaje que le ofrecía su hierba verde… El primer equino, al verlo galopando libre y feliz, trató de seguirlo, pero una invisible barrera no le permitió escapar. Desde lo alto de los muros le llegó una voz: “¡Cada caballo tiene que labrar su propia salida!”… El animal comprendió la lección y comenzó a patear su muro, día y noche, sin cejar, hasta que la pared se derrumbó y obtuvo su libertad.
Alejandro Jodorowky