En el metro

Estaba sentado solo en el IRT [el metro de Nueva York] de camino para recoger a mis hijos después de su clase de música. El tren acababa de dejar la estación de la calle 33 y estaba acelerando hasta su velocidad de crucero ...
Entonces, de repente, la mortecina luz del vagón empezó a brillar con excepcional lucidez hasta que todo a mi alrededor resplandeció con un aura indescriptible y contemplé en la abigarrada fila de viajeros de enfrente la milagrosa conexión de todos los seres vivientes. No la sentí; la vi. Lo que empezó como un deslavazado pensamiento se convirtió en una visión, enorme y unificadora, en la cual toda la gente del vagón, incluyéndome a mí mismo, se precipitaba al unísono hacia el centro de la ciudad, de la misma manera que toda la gente del planeta giraba al unísono en torno al sol -nuestro compañero vivo- formando una familia unida, conectada indisolublemente por el singular y misterioso accidente de la vida. Pese a las infinitas diferencias superficiales, éramos iguales, éramos uno, simplemente por estar vivos en aquel instante de entre todos los posibles instantes que, infinitamente, se prolongaban hacia delante y hacia atrás.
La visión me inundó con un amor desbordante hacia toda la raza humana y la sensación de que por muy incompletas y maltrechas que estuvieran nuestras vidas, éramos muchísimo más afortunados por estar vivos.
Entonces el tren llegó a la estación y me bajé.
Alix Kates Shulman