Por un latido

[Frederic, de 6 años, estaba con su madre, de picnic. Se quedó dormido y oyó una orquesta]
... Vi la oportunidad de escaparme cruzando un arroyuelo y me encontré en una pradera bañada por el sol. Me tumbé en el suelo entre ondulantes y fragantes hierbas, lo bastante altas como para hacerme invisible, mientras escuchaba en la distancia los arpegios del piano y el lamento del violonchelo.
Entonces, de súbito, empecé a oír un zumbido junto a mi oreja. Me sentí aterrorizado. Una enorme y aterciopelada abeja daba vueltas en torno a mi cabeza, tocándola casi. Pero entonces me ignoró y fue a posarse en una flor morada tan próxima a mí que me resultaba inmensa y difusa. Y la empezó a chupar.
En el preciso instante sucedió: de repente todo mi miedo se evaporó, pero al hacerlo, la abeja, el sol, la hierba y yo desaparecimos. La luz del sol, el cielo, la vegetación, la abeja y yo nos fusionamos, nos fundimos y, sin embargo, seguimos siendo el sol, el cielo, la hierba, la abeja y yo.
Puede que durara un latido, una hora, o un año. Era eterno.
Entonces, de la misma manera súbita, la hierba volvió a ser hierba y yo fui yo de nuevo, pero rebosando un indescriptible gozo.
Frederick Franck