Establecer una meditación diaria

De entrada, selecciona un espacio adecuado para tu meditación regular. Puede ser cualquier sitio en que te puedas sentar con comodidad y en el que las distracciones sean mínimas: una esquina de tu habitación o cualquier lugar tranquilo de tu casa. Sitúa un cojín de meditación o silla. Arregla el entorno para acordarte de tu propósito meditativo, para que de la sensación de un lugar sagrado y pacífico. Tal vez desees construir un sencillo altar con una flor o imagen sagrada, o situar tus libros espirituales favoritos para los instantes de lectura estimulante. Disfruta creándote este espacio para ti mismo.
Luego, selecciona un horario regular para la práctica, que se acomode a tu agenda y temperamento. Si eres una persona madrugadora, experimenta con una sentada antes del desayuno. Si la tarde casa mejor con tu temperamento o agenda, inténtalo a esas horas. Empieza sentándote durante diez o veinte minutos cada vez. Más adelante podrás sentarte más tiempo o con mayor frecuencia. La meditación diaria puede convertirse en algo similar al baño o a la limpieza de los dientes. Puede aportar una limpieza regular y tranquilidad a tu corazón y mente.
Encuentra una postura en la silla o el cojín en la que puedas sentarte erguido con comodidad, sin ponerte rígido. Deja que tu cuerpo se plante firmemente en la tierra, las manos descansando cómodamente, el corazón suave, los ojos ligeramente cerrados. De entrada siente tu cuerpo, y conscientemente suaviza cualquier tensión evidente. Abandona cualquier planificación o pensamiento habitual. Lleva tu atención a sentir las sensaciones de tu respiración. Respira hondo varias veces para experimentar donde notas la respiración con mayor facilidad, en forma de frío u hormigueo en las fosas nasales o la garganta, como movimiento del pecho o el subir y bajar del estómago. Luego, respira naturalmente. Experimenta minuciosamente las sensaciones de tu respiración natural, relajándote en cada respiración a medida que la experimentas, dándote cuenta de cómo estas suaves sensaciones de la respiración van y vienen con sus cambios.
Tras unas pocas respiraciones, probablemente tu mente vagabundee. Cuando te des cuenta, no importa el tiempo que te hayas ido, simplemente vuelve a la siguiente respiración. Antes de regresar, puedes reconocer con atención donde te has ido mediante una suave palabra en el fondo de tu mente, como "pensando", "divagando", "oyendo", "picor". Tras nombrarte en silencio y con suavidad a dónde se ha dirigido tu atención, de un modo suave y directo regresa, para sentir la próxima respiración. Más tarde, en tu meditación serás capaz de trabajar con los lugares por los que tu mente vagabundea, pero, para un entreno preliminar, lo mejor es una palabra de reconocimiento y regresar sencillamente a la respiración.
Mientras estás sentado, deja que tu respiración cambie sus ritmos de un modo natural, dejando que sea corta, larga, rápida, lenta, brusca o suave. Cálmate relajándote en el seno de la respiración. Cuando tu respiración se torne suave, deja que tu atención se vuelva atenta y cuidadosa, tan suave como la respiración misma.
Como cuando adiestramos a un cachorro, atentamente vuelve mil veces atrás. Tras semanas y meses de una práctica de esta naturaleza, paulatinamente aprenderás a calmarte y concentrarte utilizando la respiración. En el proceso se producirán muchos ciclos, días tormentosos alternarán con días despejados. Simplemente estáte presente. A medida que lo haces, escuchando a fondo, descubrirás que la respiración es útil para conectar todo el cuerpo y la mente, y serenarlos.
Trabajar con la respiración es una magnífica base para el resto de las meditaciones. Tras desarrollar algo de calma y habilidad, y comunicar con tu respiración, puedes ampliar la gama de tus meditaciones para incluir la sanación y la consciencia en todos los niveles de tu cuerpo y de tu mente. Descubrirás como el ser consciente de tu respiración puede servir como punto de equilibrio para todo aquello que hagas.