Nos dieron el desayuno sentados en nuestros cojines. Cuando se me acercó el que la servía, le ofrecí mi cuenco y puso en él algo de la sopa de avena. Después de que todos estuvieron servidos, empezamos a comer. Yo probé un poco de sopa de avena y sentí un estremecimiento. Me quedé perplejo: era absolutamente deliciosa. Empecé a llorar. En ese instante me di cuenta de que, por muchas veces que la hubiera comido, nunca antes había saboreado la sopa de avena.
Un estudiante zen
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