Cuento Sufí




Bajo las ramas de un árbol, al borde del camino, se hallaba un derviche contemplando el valle. Un joven, visiblemente perturbado llegó hasta él y dijo:

"He visto un siniestro espectáculo! Vuelvo de la ciudad y sólo he visto robos, pillajes, saqueos, hambre y guerra. Reina el caos allí. El ejército del Califa está apostado fuera del palacio para protegerlo de la multitud. ¿Qué se puede hacer? ¿Qué debo hacer?
"Ven a sentarte aquí un momento, junto a mí", dijo el sabio.
El derviche y el convulsionado joven permanecieron allí más de una hora. Luego el Maestro se incorporó y ambos se dirigieron al camino.
Durante su marcha, contemplaron la belleza de las flores, aspiraron la fragancia de los bosques, admiraron la fortaleza de los árboles, vieron cómo su frondosidad se meneaba por la brisa, y escucharon el canto de variadas aves.
Hacia el atardecer, llegaron a la ciudad de la que venía el joven y vieron que todos allí descansaban plácidamente y todo irradiaba paz. Al recorrer el pueblo, el estudiante le dijo al Maestro:
"Sin embargo esta mañana todos discutían acaloradamente y peleaban..."
Luego, pasaron frente al Palacio del Califa y sólo había allí algunos soldados de la guardia conversando entre ellos. El joven sorprendido, dijo:
"Hace tan sólo unas horas estaban agazapados en formación de batalla y ahora se los ve tan sosegados..."
Luego el Califa salió de su palacio, se acercó a ellos y les dijo:
"Hoy es un día de paz y amor".
Y mientras el Maestro y el joven se alejaban de allí, este no pudo contener su sorpresa:
"Qué ha ocurrido Maestro? Ayer por la mañana solo vi guerras, muerte, desolación, pillaje, saqueos y la ciudad estaba convulsionada".
"Es muy sencillo. Ocurre que era tu alma la que se hallaba bajo un estado de convulsión y que eras tu mismo quien se agazapaba en formación de batalla. Nada ha cambiado en aquella ciudad, sino tu modo de observarla según tu estado. Lo que reside en tu interior se multiplica frente a ti".