La mayor necedad de la mente es enfrentar lo que nos agrada con lo que no nos agrada, por lo que el gran problema comienza cuando empezamos a hacer diferencias entre lo agradable y lo desagradable.
La mente que mide y diferencia siempre está comparando y creando conflicto. El conflicto es una lucha de tendencias y crea tensión y desgarramiento. La mente, hasta que no se ejercita lo suficiente, no está libre de la fricción y engendra conflicto sin descanso, dañando al propietario de la mente e incluso generando malestar en otras criaturas. Es la mente vieja, con sus esquemas, modelos y patrones, coagulada en su estrechez de miras, que no quiere modificarse y cambiar, ni renunciar a sus mezquinos apegos, sus aborrecimientos y sus estrechos puntos de vista. La mente va por un lado y la vida va por otro, y ahí comienza la tensión, la disociación, la neurosis y la alineación. La mente vieja no enfoca lo que es como lo que es, sino a través de ansiedades, expectativas, temores y exigencias, y crea tensión sobre tensión, y añade sufrimiento al sufrimiento, y se desertiza en sus propios problemas imaginarios. Una mente así debe cesar y dar paso a una mente clara y capacitada para ver las cosas como son y proceder en consecuencia; una mente que fluya, que halle los puntos de menor resistencia, se relacione armónicamente y no confronte, sino concilie e incorpore. Hay que abrazar la vida toda, con lo más hermoso o árido de la misma, aprendiendo de cada situación, asumiendo conscientemente más que rechazando insensatamente, con la certeza de que lo que nos parece lo mejor en un momento dado (careciendo de perspectiva), puede convertirse posteriormente en lo peor, y lo peor puede tornarse una bendición; pero en cualquier caso hay que vivir los dos lados de la existencia y saber conciliarlos dentro de uno, consiguiendo (como Shiva hace de acuerdo a la mitología hindú) transformar el veneno en néctar.
Ramiro Calle