Le sonreí, lo saludé con un gesto, aunque no crucé la calle. No me animé, no lo conocía y si bien entendí que con aquella lágrima mostraba una gran necesidad, seguí mi camino, sin convencerme de estar haciendo lo correcto. Guardé la imagen de su mirada encontrándose con la mía. Traté de olvidarme. Caminé rápido, como escapándome. Compré un libro y ni bien llegué a mi casa comencé a leerlo. Esperaba que el tiempo borrara esa presencia... pero esa lágrima no se olvidaba...
“Los viejos no lloran así, por nada”, me dije. Esa noche me costó dormir, la conciencia no entiende de horarios. Decidí que a la mañana volvería a su casa y conversaría con él, tal como entendí que me lo había pedido. Luego de vencer mi pena, logré dormir. Recuerdo haber preparado un poco de café, compré galletas y, muy deprisa, fui a su casa convencido de tener mucho por conversar. Llamé a la puerta, cedieron las rechinantes bisagras y salió otro hombre.
“¿Qué desea?”, preguntó, mirándome con un gesto adusto.
“Busco al anciano que vive en esta casa”, contesté.
“Mi padre murió ayer por la tarde”, dijo entre lágrimas.
“¡Murió!”, respondí decepcionado. Las piernas se me aflojaron, la mente se me nubló y los ojos se me humedecieron.
“¿Usted quien es?”, volvió a interrogar.
“En realidad nadie -contesté- ayer pasé por la puerta de su casa y estaba su padre sentado, vi que lloraba y a pesar de que lo saludé no me detuve a preguntarle qué le sucedía. Hoy volví para hablar con él pero veo que es tarde”.
“No me lo va a creer, pero Usted es la persona de quien hablaba en su diario”, me comentó el hijo.
Extrañado por lo que me decía, lo miré pidiéndole más explicaciones.
“Pase, por favor”, me dijo.
Me llevó hasta donde estaba su diario y la ultima hoja rezaba: "hoy me regalaron una sonrisa plena y un saludo amable... hoy es un día bello".
Tuve que sentarme, me dolió el alma de solo pensar lo importante que hubiera sido para ese anciano que yo cruzara aquella calle. Me levanté lentamente, miré al hombre y le dije:
“Si hubiera cruzado de vereda y hubiera conversado unos instantes con su padre...
” Pero me interrumpió y, con los ojos humedecidos de llanto, dijo: “¡Si yo hubiera venido a visitarlo al menos una vez este último año, quizás su saludo y su sonrisa no hubieran significado tanto!”.
Ay, qué triste. No puedo parar las lágrimas. Cuántas historias así que existen en todas partes. Tristísimo.
ResponderEliminarUn beso.
Que bello Sina
ResponderEliminarpero esa lágrima no se olvidaba...nada más , lo has dicho todo
me has emocionado y callo, abrazos amiga mia, me has hecho reflexionar y de que modo, gracias
Si que es cierto, es una historia muy triste.
ResponderEliminarToca el alma ...
Un beso, querida Marina.
Un dulce abrazo, querida Arianna.
ResponderEliminarEsta historia cala muy hondo en nuestro corazón. Senor, que nunca tema hacer algo que me dicta el corazón si con ello puedo hacer un bien a un hermano.
ResponderEliminarBienvenida Sonia, a mi espacio.
ResponderEliminarEs una historia que toca el alma, tu lo has dicho.
Gracias por tu visita.
Un abrazo.
Que relato tan triste, me ha llegado al alma. Que bien escribes. Un saludo, aquí tiene otra seguidora
ResponderEliminarQue relato tan triste, me ha llegado al alma. Que bien escribes. Un saludo, aquí tiene otra seguidora
ResponderEliminarHola Encarni, no lo he escrito yo, solo soy el mensajero.
ResponderEliminarUn saludo.