En un clásico koan se te pide que describas tu rostro original, el que tenías antes de nacer. Nunca he estado tan cerca de poder responder a esa pregunta como en el año en que murió mi madre.
El corazón humano tiene la extraordinaria capacidad de mantener y transformar las penas de la vida en un gran río de compasión. Se trata del don de figuras como Buda, Jesús, La Virgen Maria y Kwan Yin, la Diosa de la Compasión, de proclamar el poder de su tierno y piadoso corazón frente a todo el sufrimiento del mundo. Cuando nuestro corazón se abre y se descubre, se inicia en él el despertar de este río de compasión interior. La compasión surge cuando permitimos que nuestro corazón sea alcanzado por el dolor y la necesidad de otro.
Allí estaba, sentado en una banqueta, con los pies descalzos sobre las baldosas rotas de la vereda, gorra marrón, manos arrugadas, sostenía un viejo bastón de madera; pantalones que, arremangados, dejaban libres sus pantorrillas y una camisa blanca, gastada, con un chaleco de lana tejido a mano.
El anciano miraba a la nada.
Lloró y en su única lágrima expresó tanto, que me fue muy difícil acercarme a preguntarle o siquiera consolarlo.
Pasé por el frente de su casa mirándolo, al girar su cara fijó su vista en mi.
Londres, Abril 1980
He venido a escucharle por primera vez, ¿podría hablarme de su filosofía de la vida?
Comencemos por considerar por qué has venido hoy aquí. Si buscas el motivo, descubrirás en ti un sentimiento de carencia interior, una especie de hambre que tratas de satisfacer viniendo aquí. Antes de seguir adelante, debes comprender que no hay realmente nada que alcanzar. Cuando te convences completamente de esto, tiene lugar una detención. Toda la energía previamente expandida hacia cualquier objetivo retorna a su origen y eres retrotraído a tu presencia. En un principio, puede tratarse de una presencia a algo, porque está en la naturaleza de los ojos el ver y en la de los oídos el oír. Pero cuando visión y audición quedan libres de motivo, finalidad e intención, no pertenecen ya sólo a los ojos y oídos. La atención no cualificada es multidimensional: todo el cuerpo oye y puedes sentir, aunque no de forma sensorial, que visión y audición aparecen en ti, en tu presencia global. Al final, incluso visión y audición desaparecen en esta presencia y tú eres uno con ella. En última instancia, no hay ya un sujeto que ve ni un objeto que es visto. Hay sólo unidad.
Esto es lo que vengo a comunicarte aquí. La identidad con esa presencia, con esa totalidad, con esa plenitud, es meditación, pero no hay nadie que medite ni objeto sobre el que meditar. Esto, pues, no pertenece a la filosofía. Es tu naturaleza real.
¿No equivale esto a descubrir lo que realmente somos?
Pero podemos tener un resplandor fugaz de ello, un destello que provoca una certeza que después no podemos olvidar. Por eso nos esforzamos en volver de nuevo a esa situación.
Jean Klein- La Sencillez del ser
Dentro del patio de un castillo, sin puertas ni ventanas, con altos muros, había dos caballos encerrados.
Cada cual pateó una muralla distinta tratando de derribarla para escapar.
Uno de ellos se cansó. “Los muros son muy espesos. Nunca podré echarlos abajo. Mejor me tiendo en el suelo a dormir”. Así lo hizo…
El otro caballo siguió pateando. Durante mucho tiempo no logró nada.
Pero un día, cuando menos se lo esperaba, el muro cayó y él pudo ver un hermoso paisaje que le ofrecía su hierba verde…
El primer equino, al verlo galopando libre y feliz, trató de seguirlo, pero una invisible barrera no le permitió escapar.
Desde lo alto de los muros le llegó una voz: “¡Cada caballo tiene que labrar su propia salida!”…
El animal comprendió la lección y comenzó a patear su muro, día y noche, sin cejar, hasta que la pared se derrumbó y obtuvo su libertad.